Cuatro sillas eran el mudo registro de un tiempo olvidado. Aquella terraza, hoy abandonada, antes bullía de actividad en las tardes de verano. Siempre que visitábamos a nuestros abuelos, era imperdible tomar el té de la tarde acompañado de aquel pan dulce que horneaba mi abuela. Todo era color, todo era alegría, imposible de olvidar. Un recuerdo marcado a fuego en mi memoria.
Hoy visité la casa, ya más de 30 años han pasado desde la última taza de té con pan dulce y por más que el tiempo ha marcado su huella, destiñendo las murallas y cubriendo el lugar con un manto gris, solo me bastó cerrar los ojos para sentir el aroma dulce, recién horneado y revivir aquellos momentos de mi niñez.
Abrí los ojos y note un rayado en una de las murallas. Disgustado, fui a buscar un tarro de pintura para borrar cualquiera fuera la estupidez que habían escrito en mi rincón predilecto de la casa.
Al llegar al muro, mi enojo se disipo y simplemente me sonreí al leer escrito en el muro "El tiempo pasa, los buenos recuerdos nunca mueren"
Relato presentado para #ancla2
Agosto 12, 2015
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